Una mañana de cualquier día, casi cuatro años después de ocurridos los sucesos de la historia corta de amor sobre un vaquero y un (ahora) amargado provinciano radicado en la ciudad. A este último; en vísperas de cumplir años, vino a su mente una marabunta de reflexiones que hacían un recuento apocalíptico de su vida. Fue extraño, porque de unos meses a la fecha padecía de autismo emocional y apenas se limitaba a fruncir el ceño cuando algo que se supone debía conmoverlo, solo provocaba ataques de risa estúpida o de verborrea incoherente; No supo si fueron los vicios, que últimamente volvieron a ser sus mejores amigos o fue el abandono de las personas que llamó amigos por muchos años y que esta vez, ya no estaban ahí para disfrutar del show, porque se consiguieron una mejor vida alejada de la “toxicidad” que les provocaba…
El caso es que esa mañana algo paso mientras seguía en la cama; al buscar con los ojos cerrados las almohadas que eran su compañía diaria, no encontró ninguna; pensó que tal vez cayeron al suelo mientras dormía o que tal vez también decidieron marcharse para buscar una mejor compañía (una más emocional y menos pasional); así que decidió a abrir los ojos y ahí fue cuando llegó, casi cuál menstruación: la primera crisis de la edad, o tal vez no la primera pero si la más cruda a la que se había enfrentado en años. Ni su infancia efímera, ni su pubertad a destiempo, ni su historia amarga de amor Shakesperiano a la que llegó tarde, ni otra cosa le había causado tan pocas ganas de salir de la cama como esta serie de pensamientos imprecisos que con el paso del día se fueron haciendo más nítidos.
Se desconcertó al darse cuenta que sobre su vida sexual tenía un sinfín de historias, algunas magistrales que podía contar con lujo de sudor y detalle, pero otras pésimas que prefería omitirlas y no volver a mencionarlas ni en sus diálogos mentales. Sin embargo de su vida amorosa, apenas podía contar con una mano las buenas anécdotas y aún así le sobraban dedos; y peor aún, todas esas historias siempre concluyeron con el no muy bien recurrido “No eres tú, soy yo”. Por lo que tantos pensamientos lo fueron llevando a la única persona con la que pudo haber (¿o tuvo?) una historia de amor, memorable y verdadera: El vaquero aquel que perdió por su inconsciencia y estupidez, años atrás.
No lo pensó tanto, tampoco tenía un plan, ni quería revivir la historia pseudo romántica que dejó caducar; solo creyó que era suficiente la energía de arrebato que le quedaba de sus años veinte, para poder hacer una última hazaña antes de acercarse un poco más a los treinta: encontrar a aquel hombre, solicitarle una disculpa y en el remoto caso de que los sentimientos continuaran vigentes, pedirle material para contarle a sus sobrinos-nietos (Esta bien… lanzarse a sus brazos y escuchar de fondo una canción romántica italiana, pues!)
Hechas las maletas, compró un boleto con destino al pequeño lugar donde vivía el cowboy, cruzó varios lugares y no veía ningún indicio de aquel pueblo; llegó a pensar que tal vez solo estuvo en su imaginación y que aquello era la cosa más ridícula y patética que había hecho en años. Aún así, continúo alerta hasta que oscureció y llegó al mentado lugar…
Lo imaginaba diferente, creyó que el vaquero había exagerado cuando le contó que podía recorrer el pueblo caminando un par de horas, que la vida social era casi nula, que estaba perdido en la época colonial y que las horas pasaban muy lentas ahí. En cada una de esas cosas, excepto en lo último, tenía razón.
Y así, aquel amargado; que en dicho lugar se dio cuenta que de provinciano le quedaba muy poco (y de amargado también), pasó su primera noche ahí. Al día siguiente se dio a la tarea de buscarlo, caminó incansable sin encontrar pista, preguntó a varias personas e hizo cosas de las cuales sabía que en un futuro muy cercano; cuando pasara su crisis de la edad, la burla y la auto-crítica no se harían esperar; de cualquier manera no le importó, continuó la búsqueda hasta encontrar algo que lo llevará a él. Sin embargo, a pesar de ser un pueblo muy pequeño, fue difícil encontrar rastro. Luego, cuando la derrota parecía venir; encontró a un sujeto que conocía al vaquero, solo mencionó que se marchó del pueblo y aparentemente no dejó ningún dato para localizarlo, solo el nombre del lugar al que partiría…
Apenas le tomó unos minutos pensarlo, creyó que si había viajado hasta ahí, era para que algo bueno sucediera y tal vez aquello estaba en el otro pueblo, así que tomó rumbo y volvió a cruzar varios pueblos hasta llegar al indicado; lamentablemente el lugar era más urbanizado de lo que pensó y fue mucho más difícil la búsqueda. Solo permaneció ahí un par de días, ya sin buscar demasiado. Al menos no en el exterior, ya que la crisis por la que emprendió el viaje se hizo presente otra vez, pero ahora tenía unas almohadas que abrazar que no se habían caído de la cama ni se habían ido a buscar calor a otra parte; eran un simple pedazo de tela que al contacto de su cara y sus brazos, provocaron que fluyera el agua que hace tiempo no pasaba por sus conductos lagrimales.
En aquel momento, por fin recordó el rostro olvidado del vaquero, su mirada transparente, su peculiar acento provinciano, su sonrisa y el calor de su mano mientras caminaban en la ciudad, años atrás. Envuelto en lágrimas, solo sonrió y pensó que era momento de regresar; finalmente se había demostrado que a su corazón todavía le quedaban latidos por latir, que ese autismo emocional que venía arrastrando desde hace meses, era parte de su propio juego para evadir las situaciones sentimentales y para negar que las había vivido.
Al final, compró el boleto de regreso a la ciudad y mientras esperaba su partida, pensó en todo aquello que pudo ser y no fue, en la presencia del supuesto gran amor de su vida que indirectamente supuestamente le impidió estar con él cowboy y otros pensamientos que iban opacando su emotividad. Así que pensó en todas las personas que lo apoyaron durante el viaje y que siguieron la travesía, por lo que concluyó que se quedaría con eso en su corazón y que lo mejor que podía hacer, era reír de la mayúscula idiotez que había cometido al cruzar una parte del país para buscar a un vaquero que ya debería de tener su vida hecha y que poco debía acordarse de él. Y ya instalado en el lado gracioso de la situación, pensó que como no habría final feliz, en el futuro pregonaría (cual película hollywoodense) que en este viaje vino a buscar el amor y lo que encontró fue a sí mismo.
Lamentablemente la sonrisa le duró poco, ya que en las horas de camino a la ciudad; las lágrimas, la culpa y la incertidumbre volvieron a invadirlo. Sin embargo, conforme pasaron los días fue encontrando tranquilidad y el acomodo de sus pasos…
Ya han pasado algunos meses desde aquella travesía, ahora aquel provinciano amargado sigue radicando en la ciudad y ya no es tan amargado; solo es sarcástico a veces y explota muchas otras, pero ha vuelto a creer en él; y aunque algunas veces parece que continúa en fase de autismo emocional, ha regresado de su retiro de aquel mal conocido como amor (que tanto le cuesta pronunciar).
Del vaquero es probable que no se vuelva a saber, tal vez también encontró su camino y no volverá a aparecer, o tal vez regrese en algún momento y quizá el amargado aún continue en aquella ciudad donde todo comenzó…